No existe nadie, ni aún uno solo,
que pueda afirmar que no persigue Éxito. Es más, la historia de la vida del
hombre en el planeta se puede resumir dramáticamente en una bitácora de sus
esfuerzos por alcanzar Éxito. Porque el hombre nace destinado a esta tarea,
vive tratando de cumplirla y muere comprometido en el esfuerzo o en el carácter
de su resultado.
Ahora bien, entender el Éxito mas
allá de su esencial sentido de Victoria o de propósito cumplido, ya involucra
otra cosa. Es muy difícil que alguien pueda endilgarse el entendimiento del
Éxito mas allá de las estrechas fronteras personales en donde éste se mide. Hoy
se ha convertido en un concepto “socialmente aceptable” el vincular ciertos logros
o “estados” de las personas al Éxito. Existe una especie de “juez social” que
se da a la tarea de proporcionar modelos y ejemplos de Éxito; se atreve incluso
a establecer asociaciones específicas entre el Éxito y ciertas personas, con
nombre y apellido.
Este ejercicio puede llamarse
cualquier cosa, pero no constituye una apología del Éxito, no existe forma
alguna en que el Éxito pueda ser juzgado por terceros. El criterio y el
concepto mismo del Éxito es algo tremendamente íntimo, completamente personal.
La vara que mide el Éxito de una persona es de su exclusiva propiedad, y así
también es la vara más corta que existe, la más impiadosa. Nadie puede escapar
a esta medida, pero nadie tiene tampoco el derecho a emitir juicio sobre ella.
¡Cuántas personas que han sido
reconocidas por su Éxito han concluido sus días sintiéndose completamente
desgraciadas!, y por otra parte, ¡cuánta gente inscrita en el más profundo
anonimato descansa en la quietud y en el calor de la victoria! Y es que Éxito
se escribe en realidad con “e” minúscula. Y si existe la gran victoria, el
triunfo final o el Éxito grandioso, éste no es nada más que una suma delicada
de éxitos con “e” minúscula: logros pequeños, concretas victorias.
Ahora bien, ¿por qué la medida del
éxito se inscribe en una escala pequeña?. Aquí existe una respuesta sencilla
pero tremendamente despiadada y trascendental: la victoria o el logro que
califica el éxito es producto del triunfo del hombre sobre sí mismo.
No existe batalla más difícil que
aquella que el hombre libra consigo mismo. No existe emprendimiento más
importante o esfuerzo que pague más. Cuando el hombre vence sus limitaciones,
sus temores, sus impedimentos, sus frustraciones, cumple en medida exacta con
el parámetro más exigente que tiene el éxito. Pero dada la magnitud que tienen
estos adversarios, las victorias no se miden en grandes campañas: se miden en
logros pequeños, sólidos y sucesivos.
El hombre que acumula pequeñas
victorias sobre sí mismo, las cuida y las protege, se dirige con firmeza a la Victoria. Esta
lucha dura toda la vida, nadie puede eximirnos del proceso. Para el hombre que
busca el Éxito la pausa no existe. Es más, la pausa en realidad constituye el
combustible del fracaso.
Por algún motivo que nos está vedado
conocer aún, el Fracaso echa raíces dentro del hombre mismo. El Fracaso no se
encuentra entre los factores externos a uno mismo, tampoco es, por supuesto,
producto del azar, del destino o de la fatalidad. El hombre ha demostrado
capacidad admirable para vencer los elementos, para superar catástrofes y
modelar su destino sobre la tierra. Sin embargo, es una criatura muy pequeña e
indefensa cuando debe enfrentarse a sí mismo, muy vulnerable e incapaz.
En gran medida esto es así porque el
hombre se coloca en posición desventajosa al observar y medir la dificultad de
la tarea en toda su magnitud. El Hombre se equivoca al comparar la medida del
Éxito con el tamaño de la
Adversidad, porque así el Éxito parece lejano e inalcanzable.
El empleado de oficina que no recibe una promoción laboral, probablemente jamás
piensa que el Éxito que espera se encuentra tras una disposición diferente para
marchar al trabajo todos los días: sin pesar, con ganas de hacerlo una vez más.
El Éxito de quien quiere dejar de fumar comienza por dejar de hacerlo mediodía,
luego un día y luego dos. Un día ése éxito con “e” minúscula se ha convertido
en un Éxito grandioso (porque así debe sentirse quien venció).
En la turbulencia que califica
nuestro tiempo no son pocos los que dirán que pequeños remedios no sanan grandes
males. Pero aquí existe un error estratégico fundamental, porque en tanto el
Éxito no se entienda como “un pequeño y trascendental detalle”, quedará fuera
del alcance de la capacidad del hombre por alcanzarlo. El Éxito es, en
realidad, un pequeño detalle.
Una vez que se ha conquistado un
pequeño éxito es necesario aferrarse firmemente a la victoria y luego proseguir
la marcha en pos de uno nuevo. Cuando éste proceso no se detiene, el hombre
alcanza progresivamente cumbres mayores. No existe energía mas grande para el
alma que la sensación de triunfo y el sabor de la victoria. Nada hay mas
estimulante que esto. Cuando el hombre conoce la victoria no se detiene en su
afán de replicarla. De igual forma, cuando la victoria es exclusiva porque
enorme es la lucha que el hombre se plantea para vencerla, dura es la carga
para el alma.
Piense bien y entienda la profunda
lógica de lo siguiente: ¿Acaso existe algún objetivo, por muy concreto que sea,
que no esté formado por muchos componentes? Trabajando sobre los componentes,
¿no se alcanza también el todo? Pues bien, ¿por qué entonces nos negamos la
posibilidad de atacar los problemas en sus pequeños pero vitales componentes?
Uno por uno, firmemente. Consolidando un éxito tras otro.
Haciéndolo así en algún momento la
estructura central del problema cede. Nunca ha sido tan bien expuesta la
fabulosa paciencia oriental como en el viejo adagio que afirma que todo viaje
de mil leguas comienza con el primer paso. Ese primer paso es una primera
victoria, es el primer éxito, uno que debe escribirse con “e” minúscula, pero
sin el cual nada más existe.
La naturaleza humana ha demostrado
en incontables ocasiones la grandiosidad de la madera con la que está hecha. No
necesariamente nos sentimos débiles criaturas ante la inmensidad del universo
que nos aloja, no son pocas las veces en que lo hemos desafiado y le hemos
doblado el brazo. Realmente somos débiles con nosotros mismos. Subestimamos el
poder destructor que tenemos en nuestro interior, nos portamos verdaderamente
soberbios al desconocer que el problema está en nosotros. Por ello el Éxito nos
elude.
Pruebe de hacer algo diferente.
Inicie su pequeña marcha tras los éxitos con “e” minúscula que lo esperan. Por
otra parte, ¿qué puede perder?
Por: Carlos Nava Condarco